
Bitácora de una pandemia
Mi hija me pide silencio.
Ella llega: “Mami estoy muerta de hambre”. “Hija come, ya está la comida. ¿Te lavaste las manos?”.
Mi hija llega de su primer día de trabajo. Hubiese querido que estudiara como yo, sin tener que trabajar, pero desde que estaba en nivel medio empezó a buscar maneras de hacer, trabajando. Quien estudia música se ha pasado 11 años en una especialidad, así que cuando termina nivel medio entra a la universidad con 19.
Esta generación es diferente. Todo en ellos es más rápido. Son más prácticos, no se enredan tanto como uno. No entienden de dramas ni de histerias. Estudiar es importante, pero ganarse la vida, sostener sus necesidades y gustos también. Ese afán paternalista de nuestra generación he tenido que dejarlo por decantación, al menos con mi hija. Gabriela siempre ha sabido lo que quiere y a mí eso, a la larga, me ha dado mucha tranquilidad.
El día que me dijo que iba a trabajar y estudiar al mismo tiempo a mí me dio hasta fatiga: “Niña, ¿pero qué necesidad tú tienes de trabajar?”. “Mami, a veces no quiero darte explicaciones de cosas que quiero, porque hay cosas que no son imprescindibles pero sí necesarias, y tú no entiendes. Mami, tengo 19 años”.
Me cerró la boca de golpe y no dije más. No voy a negar que me provocó cierta tristeza aquella decisión. Siempre he querido que tenga más. Somos padres disfuncionales para enseñar a darle verdadero valor a lo que lo lleva, proveedores de todo lo que nos aparezca en el camino y especialistas en malcriar. Quizás el hecho de haberla criado casi sola influyó en mi afán de querer “dárselo todo”, aunque muchas veces no pudiera. Conspiró, además, acompañarla en una carrera tan sacrificada y, digamos, cara en Cuba.
Para nadie es un secreto que todo el que estudia arte, sea música, ballet o danza (de las que tengo referencias cercanas), tiene que llevar una preparación paralela con profesores particulares porque el sistema de enseñanza no es suficiente. Personalmente, no tengo nada que objetar de las escuelas de arte. Tantos años siguiendo la formación de Gabriela me hicieron ver que los problemas sustantivos tienen causas en un mal mayor. Lo cierto es que resulta muy (en grado superlativo) caro para un padre el ritmo de un niño estudiando arte.
Juntas, mi hija ha sido mi arete, mi apéndice. Cosía al dobladillo de mi saya. Por años vivimos más tiempo en la calle —de un lado al otro, a la escuela, al trabajo, a clases particulares— que en la casa. De tanta escuela de música, Gaby no sabe montar bicicleta, ni bailar hula hula, ni pararse de manos y hacer la campana como otras niñas. Se perdió muchas cosas de su niñez pero ganó otras, al menos quiero verlo así. Ese “pasar trabajo” la mayoría del tiempo conmigo, la hizo una persona fuerte, independiente, madura. No tengo mala conciencia de las cosas materiales que no le pude dar. Le di fortaleza de espíritu y carácter. A veces sí me pesa no haberla dejado jugar más o cambiar el estudio por juegos, pero ya está hecho, irremediablemente. Por eso cuando se graduó de nivel medio en la Ena y cogió el Isa, después de verme casi soltar la vida en su preparación para ambos eventos, que fueron casi seguidos, me dijo:
—Mami, quiero que descanses ya. No quiero que pases más trabajo.
Ahí me di cuenta de cómo me veía mi hija. Lo que para mí era responsabilidad, algo que debía hacer, que toca, que es lo correcto, que hacía con todo el placer del mundo, ella lo veía como un sacrificio. De los hijos se aprende tanto. La perspectiva sobre lo que damos y lo que ellos reciben pasa por una línea muy fina de apreciación. Si algo lamento es no haberle ocultado a Gaby ciertas situaciones económicas, circunstancias terrenales que los niños no deberían vivir. Podría justificarme con “el peso de esta Isla” pero no, mi hija debió verme menos atormentada, menos estresada, más feliz.
—Mami, es muy temprano, hazme un pan con algo que tengo ahora una clase de piano.
La emoción de saberla dando clases y en su primer día de trabajo me tiene que no quepo en mí, como cuando cogió el Isa. Entonces hago lo que mejor sé hacer y lo que a ella la pone de mil diablos: lanzo mi interrogatorio sin respirar buscando información.
—Hija, ¿cómo te fue? ¿Los alumnos tienen nasobuco? ¿Muchos en el aula? No te pegues a esos chiquillos, por Dios. ¿Cuántos turnos diste? ¿El aula tiene para proyectar? ¿Hay piano en el aula? ¿Cuál es la mejor cátedra de instrumento en esa escuela? ¿Quién es la jefa de cátedra? ¿Ya te respondieron sobre el cambio de modalidad de estudio en el Isa? Mija, llama a la profesora. ¿Por fin qué tema escogiste para la investigación?
Me mira, con esos ojos grandes, verdes, hermosos, ojos de su padre, atravesa’os, que lo dicen todo. Suspira profundo y me suelta de golpe:
—Mami, ¿podrías hacer silencio un ratico? Estoy atormentada.
Vaya pal’ carajo la muy condená, con su artistaje y su tormento. Me he pasa’o el día loca por que llegue pa’ preguntarle.
Mi hija y yo nos conocemos, nos conocemos tanto, como madre e hija, pero más como quienes se han comido la vida juntas. Ese carácter fuerte, que le hace parecer mayor de lo que es, se combina con una nobleza y una sensibilidad absoluta. Me conoce y sabe de mi sentimentalismo. Entonces, sin darme tiempo a ponerme mala me suelta:
—Mami escucha esta pieza, es una de mis piezas preferidas, escucha que cosa más linda es la Marcha fúnebre en Si bemol de Chopin. Y se pone a tararearla. Y sabe que me muero cuando la oigo cantar. Oigo la pieza, que en verdad es una joyita, mientras le preparo su pan.
Gracias a la revista por visibilizar estas crónicas. Quienes disfrutamos formando parte del fluir de Gretell agradecemos que otras personas la puedan leer. La vida va de sumar.
Estupenda historia.
Fue como leer la crónica de mi propia vida. Lo adoré ❤️
Genial como siempre! Me bueno que haz encontrado un espacio donde plasmar todas tus increíbles vivencias e historias!
Genial. Gretell tiene la magia de la complicidad en las palabras. Quienes tenemos el provilegio de contar con sus historias de vida,sabemos que ella es solo SUMA, asi de grande. Gracias a la revista por ayudar a sumar desde este espacio.
Genial. Gretell tiene la magia de la complicidad en las palabras. Quienes tenemos el provilegio de contar con sus historias de vida,sabemos que ella es solo SUMA, asi de grande.
Es un regalo cada lectura por Gretell , doctora, maestra, guajira y sobre todo mamá
¡Precioso!. También tengo una hija así. Gracias!
Ay, pero qué lindo este texto!
Wao, que bien! Me alegro mucho Gretell, a por todas!
Muy lindo texto!!!
despues que lees a Gretell, la conoces a ella y a esa hija q a veces cree q es su madre jajaj te enamoras de sus palabras y ya quedas atrapada en sus historias y te descubres en algunas de ellas.
Fascinante , entretenido, con esa chispa y sabor que te caracteriza. Es un placer inmenso leerte,ojalá escribas pronto unas crónicas o un libro para nosotros, tus fervientes admiradores.
Felicidades amiga ….a muchos nos encantan tus historias y ahora muchos más las leerán … Éxitos mi cronista favorita
Yo conozco de cerca esa historia, a esas dos maravillosas mujeres que han estado en mi vida desde los 8años, a esa mama peleona y que cuestiona todo lo que se habla en todo sitio y a esa hija que es mas dura que yo no se que cosa. Las adoro a las dos, me he emocionado con El articulo.
Sencillamente genial. Su palabras siempre llegan a mi. Que buena es♥️
Me encantó, sabes soy tu fiel seguidora.
Hermosa historia.
Genuina, realista y hermosa, esta historia me ha tocado muy profundo porque, aunque no soy mamá, sí tía y cuñada de músicas y músicos, así que me he movido en ese medio muchos años y he visto a sobrinas y a sus madres pasar exactamente por -y casi de la misma forma- que Gaby y Gretell, y he podido compartir es misma emoción que a ti te ha embargado tantas veces.
Gracias por compartir.