
All you need is… ¿industrias culturales?
A Cuba, una isla pequeñísima que no tiene minas de hierro o hulla ni yacimientos importantes de oro, que fue colonia la mayor parte de su historia en el mapa occidental y después siempre dependiente de algún otro país, le va quedando para desarrollarse —o al menos sobrevivir— una riqueza intangible y que no puede sino crecer: su cultura. Bien aprovechada, sería una fuente nada despreciable de empleos y recursos.
Parece una perogrullada, pero díganle eso a los músicos que luchan el cash lo mismo en el malecón capitalino que en un parque de Santiago, o a las orquestas de música popular cubana que tienen que dirimir un espacio en los pocos salones de baile o plazas de calidad para sus conciertos, o a quienes hacen teatro, esa maravilla tan efímera y mal pagada. Díganselo, sobre todo, al puñado de personas que impulsan talleres, encuentros y festivales casi literalmente “por amor al arte”, lidiando con recelos en los medios y las instituciones ante alguna iniciativa pensada desde “lo alternativo”, la burocracia en la gestión de recursos económicos y logística, o con la casi congénita falta de previsión y el gusto nocivo por improvisar en la organización de los eventos.
Para intentar dinamizar un poco esa área, o al menos ofrecer conocimientos sobre experiencias exitosas, a inicios de diciembre se hizo en La Habana un taller sobre industrias culturales, como parte del programa de la Semana de la Cultura Británica. Músicos, periodistas, managers experimentados y novatos y —como casi siempre en este tipo de iniciativas independientes— unos pocos, muy pocos funcionarios de instituciones estatales de la cultura, estuvieron entre quienes llenaron la Nave 3 de la Fábrica de Arte Cubano.
La Embajada Británica en La Habana y el equipo de Magazine AM:PM convocaron el evento, con acceso libre para las personas interesadas en conocer buenas prácticas y dialogar con algunos de los que desde Cuba empujan la roca cuesta arriba, esperanzados en que no realizan el inútil trabajo de Sísifo.
El espejo de Edimburgo y los festivales cubanos de música
A pesar de las muchas y obvias diferencias entre las islas europeas y este archipiélago, las unen “la tremenda fuerza de sus expresiones culturales”. Lo dijo Darsi Fernández, abogada con experiencia en la producción y el management musical, una de las organizadoras de la sesión que se planteó encontrar puntos de contacto entre ambas escenas.
El embajador británico en Cuba, Antony Stockes, está convencido de que una de las posibilidades de Cuba es “convertir su poderosa riqueza cultural en industrias creativas; espero que sepan que tienen una de las creatividades más inspiradoras del mundo”. Dijo que esa es una de las mayores fuentes de recursos de su país, actualmente, por eso las potencian y crean “círculos virtuosos que contribuyan al propio sector”.
Uno pudiera pensar que tienen muchos recursos para ponerle a la cultura, que así “cualquiera baila”, pero según el diplomático esta no es un área que drena el dinero de otras para impulsarse: las industrias creativas crecen el doble de rápido que el resto de la economía británica, y ofrecen tres millones de empleos, aproximadamente el 10% del total.
Un blasón de ese ámbito es el Edinburgh International Festival, evento de artes escénicas con más de 70 años, que se celebra durante tres semanas y media cada mes de agosto en la ciudad de Edimburgo (capital de Escocia). Es uno de los más antiguos y grandes del mundo. Lo crearon en 1947, luego de la Segunda Guerra Mundial, y se concibió como un monumento a la paz y la reconciliación.
En La Habana, su Director de Programación, Roy Luxford, ofreció una charla sobre las interioridades del megaevento que invita a artistas de la región e internacionales. Una edición típica cuenta a diario con un concierto de orquesta sinfónica y uno de cámara. La música representa el 50% del programa. Hay óperas, teatro, danza, música contemporánea, charlas y debates. Realizan entre 200 y 250 presentaciones, venden alrededor de 250 mil tickets, reciben a medio millón de personas (el doble de sus habitantes) de 80 países, y recaudan millones de libras esterlinas.
La enorme criatura no descansa fuera de las semanas de celebración, solo reduce su equipo de varios cientos a 40 personas, que mientras preparan la edición siguiente trabajan en la comunidad vinculadas a escuelas locales y centros de ancianos.
“Cada festival debe encontrar su propio ADN”, repitió como un mantra Roy Luxford. Esto es: tener claros los conceptos que lo definen, los nichos de públicos que han de conquistar y, una vez cautivos, arriesgarse proponiendo nuevos artistas y conceptos, pero velando estrictamente por la calidad de los espectáculos.
Bien lo sabe el invitado, quien habló en La Habana de cómo la capital escocesa es una ciudad de festivales, con una docena de estos eventos de distinta naturaleza coexistiendo durante el año. Es una tradición que han sabido convertir en fuente de recursos. Según datos de 2015, ese sistema vendió 4,5 millones de entradas solo en ese año. Para tener una idea de la magnitud: los Juegos Olímpicos generan unos 9 millones de tickets, pero cada cuatro años.
El financiamiento se realiza mediante una mezcla de subsidios estatales y aportes de mecenas que influyen en algunas decisiones, pero según Luxford “es importante para nosotros que tanto el gobierno de la ciudad como el Consejo de las Artes sean accionistas mayoritarios”.
Allende los mares, y en una escala atemperada a la realidad cubana, podría pensarse en sinergias que aseguren la rentabilidad (más que la sobrevivencia) de los mejores festivales que tienen a La Habana como escenario.
Ese deseo fue evidente en el siguiente momento de la tarde, durante un panel dedicado a los procesos organizativos de los festivales, con acento en la selección de contenidos.
Para el pianista Ulises Hernández, gestor del exquisito Festival Mozart Habana, cada una de sus cinco ediciones ha sido un reto que pone en tensión su creatividad más allá del territorio de la música.
“Cuando termino me digo: ¿cómo se pudo hacer? Nunca es algo que puedo prever con mucho tiempo, porque hay que salir a buscar ayudas y apoyos que no sé si los vaya a lograr. Por suerte tenemos la colaboración de la Oficina del Historiador y de muchos músicos que vienen gratis”.
Mozart Habana, como anuncia su nombre, se enfoca en la música clásica —mediante conciertos y clases magistrales— y siempre acoge obras y homenajes al célebre compositor austriaco, mas no rehúye a otros autores clásicos o contemporáneos. Además, busca conexiones con otras manifestaciones como cine, teatro, danza, pintura o literatura. Es un espacio concebido para jóvenes intérpretes y que también ha desestimado prejuicios sobre los públicos que escuchan esta música.
Hernández puso sobre la mesa una característica que conspira contra el desarrollo y la permanencia de estas iniciativas: el éxito de “los festivales y eventos en Cuba tienen que ver con el amor, la dedicación, la entrega y el sacrificio de las personas que los dirigen, si no, no suceden. Puede parecer inmodesto, pero tienen nombres y apellidos, el de las personas que están luchando por ellos”.
Otra artista devenida fundadora de un festival, Eme Alfonso, coincide con ese criterio y definió su organización en Cuba como “una carrera de obstáculos”.
Creó el Havana World Music junto a un grupo de amigos. Promoviendo una filosofía de colaboración y voluntariado, lo ha convertido en uno de los eventos más heterogéneos y estimulantes en cuanto a la mixtura que logra entre tradiciones y vanguardias sonoras. Además, con su concurso Primera Base ofrece una plataforma de lanzamiento para solistas y bandas nacionales emergentes.
Es una de las pocas iniciativas en la Isla que se mantiene activa y visible durante todo el año, generando contenidos comunicacionales, fomentando una idea de comunidad, y cerrando brechas a la improvisación.
Sin embargo, aunque sus productores pasan buena parte de los meses previos “pidiendo todos los permisos que se deba para poder llevarlo a cabo”, Eme se lamentó de que “no son garantía las cartas y aprobaciones” para que se celebre un festival sin sobresaltos. De hecho, en marzo de 2019, estuvieron a punto de suspender porque, entre otras razones, debieron cambiar intempestivamente sus escenarios del Parque Metropolitano hasta el más reducido Salón Rosado de La Tropical.
“Para seleccionar a los invitados me valgo de mi experiencia como artista, lo aprendido en otros festivales del mundo y lo que creo será bien recibido por el público joven. Claro que lo primero que debe tener es calidad, originalidad, identidad…
“Para la curaduría me basé en la carencia y los déficits culturales y musicales que teníamos hace siete años cuando lo fundé, en un panorama casi completamente dirigido al pop y el reguetón. Más o menos el mismo de ahora”.
Se pudiera pensar que el Festival de Edimburgo es un espejo desmesurado para que se miren los jóvenes eventos cubanos. Sin embargo, ofrece pistas de lo posible para estos emprendimientos si los gobiernos comprenden los beneficios (culturales, cívicos y económicos) de consolidarlos como destinos esenciales de la ciudad.
“No es una decisión nuestra, aunque sí un deseo”, dijo Eme Alfonso.
“¡Qué más quisiéramos que manejar nuestros propios paquetes turísticos, y poder dar un tratamiento a un visitante con buen precio! Falta confianza en estos proyectos para poder llevar a cabo ese tipo de operaciones. Tendrá que llegar en el futuro, porque es la única manera que tenemos de poder sobrevivir”.
Por ahora, la relación entre estas iniciativas y las autoridades a las que podrían interesarle no están rindiendo los frutos deseados. Ulises Hernández dijo que “en el manejo cultural del turismo se están realizando acciones en sentido contrario a lo que ayudaría o potenciaría estos festivales, porque encierran al turista en un lugar todo incluido y le llevan allí algunos artistas, eso no funciona así en el mundo y no es bueno para nosotros. Nunca es lo mismo ir al lugar donde está la energía del hecho cultural”.
La pasión según los managers
En estos eventos un resorte invisible y fundamental son los managers, quienes se ocupan entre otros encargos de colocar a los artistas en los festivales. La carrera de un músico o cantante generalmente está en manos de estos profesionales, por lo que el éxito depende de la confianza y la pasión, justo como un matrimonio bien llevado.
Al menos esa fue la idea predominante en el panel Cómo me convertí en manager, el último del taller de industrias creativas ofrecido en la Semana de la Cultura Británica.
Marianne McGregor, cantante con residencia en Glasgow y compositora de jazz, es una estrella emergente que estuvo en La Habana para ofrecer su música, y además conversó esa tarde sobre cómo su manager Elizabeth Gayle se le va haciendo cada vez más necesaria, luego de un premio que le dio mucha visibilidad y despegara su carrera .
“Elizabeth es muy agradable, pero también muy buena solucionando problemas, cuando no puedo anticipar el resultado de algo, ella sí lo hace”, dijo McGregor.
Y es que, más allá de las leyendas negras sobre managers medio vampiros del éxito, o con vocación de titiriteros de sus representados, lo cierto es que en el ecosistema musical contemporáneo juegan un papel importantísimo, en ocasiones fronterizo con lo creativo.
Los caminos para arribar a ese oficio son diversos, no hay una marca de origen que garantice un triunfo en esa área, ni siquiera acceder. Gayle es fotógrafa y ecologista; Yoana Grass (Cuba), otra de las invitadas al panel, es abogada; y Collin Laverty (Estados Unidos) es Máster en Asuntos Internacionales y empresario.
“Luego de licenciarme en Derecho —recordó Grass— me dediqué a producir eventos, lo que me conectó con muchos músicos, hasta que uno de ellos me pidió que lo ayudara con su carrera personal. Fuimos aprendiendo en el camino qué era ser manager, algo que no se manejaba en Cuba”.
Laverty también se convirtió casualmente, cuando Cimafunk, uno de los artistas cubanos de mayor exposición en la actualidad, le propuso formalizar esa colaboración a la que llegó por la vía de la amistad. “Me dijo que aprendería y lo haría bien, confió en mí”, recordó Laverty.
Según Gayle “el manager a veces ve con facilidad desde afuera, los artistas pueden concentrarse mucho en sus conciertos y raras veces tienen una visión general. Es importante tener una persona para recordarles cómo están haciendo las cosas”.
El management de artistas precisa desarrollar muchas capacidades técnicas y al unísono una sensibilidad grande para “equilibrar entre la exigencia y el entender al creador con el que uno está trabajando, su medio, siempre estar abierto a la comunicación, siempre mirando hacia el mismo lugar”, dijo Yoana Grass, quien se ha ocupado de talentosos jazzistas como Harold López-Nussa, Yissy García y Daymé Arocena.
“Es muy importante mirar lejos, hay que estructurar muchas cosas, desde el repertorio, el disco, una gama enorme y siempre cambiante de asuntos… Mientras desarrolles más capacidades y dialogues con tu representado, mejora el equipo de trabajo y quizás se pueda llegar más lejos”.
La formación de quienes quieran dedicarse a esto no está estructurada ni cuenta con atajos institucionales, al menos en Cuba no existe esa carrera o algo que sea un puente directo. Según Darsi Fernández, un grupo de profesionales trabaja con el Instituto Superior de Arte para crear una Maestría en Gestión Cultural que incluirá el management de artistas. Del lobo, un pelo.
No obstante, en lo que la academia propicia un acceso expedito a esos saberes necesarios, quienes pretendan dedicarse a ser managers en Cuba deben actualizarse y tener la capacidad de adaptabilidad, observar cómo moverse mejor en los nuevos entornos, crear redes profesionales.
Marianne McGregor, que ha sido comparada nada menos que con Billie Holiday y Amy Winehouse, resume lo que un artista espera de quien se supone lo llevará a puerto seguro en la industria: “A veces me dio la impresión de que aquellos que se me acercaban no ponían mi interés por delante, así que lo más importante es que entiendan la integridad de mi propuesta, el valor artístico de la música”.
*Contenido patrocinado por la Embajada del Reino Unido en La Habana.