
Aldeano construido
Hubo un tiempo en el que Aldo me hacía llorar echándola a capella. Este Aldo transmite poco y se apoya en buenos coros y en la música.
Hubo un Aldo al que yo seguía enfocado y a este me cuesta terminar de oírlo.
Hubo un Aldo que ayudó a construirme. Este que suena es Aldo construido.
Raymond Daniel había colaborado con Los Aldeanos en 2014: hicieron Loco, el tema más sincero de aquellos tres o cuatro que compartieron Bian y Aldo mientras terminaban de separarse. El riff de la guitarra entraba hermosamente en un beat sencillo; pequeño solo de cierre. Para entonces ya Aldo había empezado a matar su flow: de uno de los más francos del español, a esas formas tediosas y despectivas. Para entonces también había empezado a repasar coros, a hacer melodías probablemente para compensar la falta de buenas frases. Sin embargo, seguía teniendo fuerza en temas donde venía al caso ese flow nuevo, que tiene intención de guerra, pero es desdén y que le queda pésimo en canciones tristonas, de conciencia, que eran uno de sus fuertes.
Así que Aldo se hizo acompañar por Raymond Daniel en este disco, Lulo (2019), y Raymond crea unos riffs estupendos con su guitarra eléctrica que envuelve en efectos de naturaleza, campanas, pianos, arreglos vocales, cuerdas.
Pero Aldo ha terminado de matar su flow: ahora es plano: nada. Trata de cotorrear pero administra muy mal el aire; trata de ser triste, acaba utilizando correctamente las fórmulas de la tristeza: pone todas las voces en su lugar —ya sabe hacer segundas y terceras—; tampoco se divierte. Como no hay lucha ni desgarramiento ni nada que cambiar, nos suelta un disco sobre el espíritu del medio ambiente: Lulo es un árbol. “Lo visito con mi hijo pequeño, acostumbramos a abrazarlo y a comunicarnos con mamá naturaleza a través de él”, ha dicho.
El disco es simple. Rimas muy predecibles que componen canciones de librito de autoayuda, canciones de librito de refranes, otra sobre sus duendes, Fuan fuan —un Chie chie con flojera—, una que quiere ser antirracista sobre una negra que baila, una entera sobre la mejor rima de sus últimos tiempos (Ayahuasca), y relleno: amorcito: “Perdón por alguna vez en la que no te fui sincero/ comprende, te quiero/ yo sin ti un mundo no quiero”, “Y quiero hacerte el amor/ quiero hacerte feliz/ regalarte una flor/ demostrarte que sí”.
Además hay un remake de Por si mañana no estoy, aquel tema seráfico de 2008 donde decía a su hijo que lo primero es ser sincero con mamá y lo séptimo, no dejar la escuela en séptimo. En este le aconseja a su hijo menor que no actúe con ego —nos lo aconseja también a nosotros en el track 3: El ego— y que siempre pelee por lo que quiera. Eso. Y como él y Raymond estaban seguros de que iba a ser lo más duro del disco, fue lo que más minuciosamente construyeron: la melodía del coro, timbre desenfadado en los rapeos, los tonos y efectos de la guitarra, la sencillez del piano. Ya sabemos que dominan la fórmula, y eso estuviera bien de no ser por todo lo que en su momento representaron Los Aldeanos: fuerza, desobediencia, espontaneidad.
Han pasado años, han cambiado cosas: Aldo no es Al2 aunque sigue intentándolo, y buscarlo en Lulo es como llorar con Reik o Prince Royce o Arjona: se puede, pero uno en el fondo sabe que son lagrimitas artificiales, una flor plástica para hacerte feliz.