
Alain Pérez: La música es experimentación continua
Repiquetea con los dedos sobre el borde del sofá mientras conversamos. No intenta contenerlo. “¿Qué te disgusta de las entrevistas?”, le pregunto cautelosa. “¡Que me hablen de política!”, responde sin pensarlo dos veces.
La hondura de su música no permite desvíos ni atajos oportunos. Una hora con Alain Pérez puede discurrir de manera vertiginosa; con el tiempo jugando en contra, nos vamos directamente a la matriz emocional de uno de los artistas más reconocidos en la escena actual del género popular bailable en Cuba.
De sus inicios se conoce que, con apenas nueve años, partió hacia la ciudad de Cienfuegos para cantar como aficionado en el grupo Cielito Lindo, dejando atrás la torre campanario que lo refugió durante su niñez en el Central Manaca-Iznaga, en Trinidad. Allá, en las fiestas familiares y las parrandas de su abuelo Eduardo, escuchó y absorbió desde temprano la esencia del son, la guaracha, el punto guajiro y la lírica picaresca y cotidiana. Allá, rayó por primera vez una guitarra junto a su padre, Gradelio Pérez.
“En los recuerdos de aquella época yo siempre me veo bailando. Cuando uno tiene uso de razón y empieza a recibir los estímulos de la música, responde de una manera muy natural. Yo lo hacía a través de la conexión de mi cuerpo con el ritmo, con la alegría”, confiesa este guitarrista, bajista, compositor y productor musical que hoy atesora fragmentos de vida junto a notables como el pianista Chucho Valdés, Issac Delgado, el maestro Juan Formell, Celia Cruz, y los españoles Paco de Lucía, Enrique Morente, Niño Josele, entre otros.
De Manaca-Iznaga a Cielito Lindo y al Conservatorio Manuel Saumell de Cienfuegos. ¿Quién descubre tu potencialidad para la música?
Mi papá fue quien entendió que yo había nacido para la música. Me ponía a bailar y cantar en todas las fiestas y las parrandas del pueblo, y yo lo hacía gozando. En una de esas fiestas me descubrió un técnico de sonido de Cienfuegos. Cielito Lindo, grupo dirigido por el saxofonista Enrique Pérez estaba buscando cantante y, sin mucho rodeo, a la semana estaba yo camino a probarme en esa banda. Esa es la primera puerta grande que se me abre en la música. Enrique me llevó a vivir para su casa con nueve años; comencé simultáneamente en el Conservatorio Manuel Saumell y me separé de mi familia. Desde entonces, la distancia ha sido el sacrificio más grande que he hecho; no en vano, porque la música ha llenado todos los vacíos.
Luego entré a la Escuela Nacional de Arte (ENA) en pleno Período Especial; no fueron años fáciles, imagínate. Fui uno de esos estudiantes a los que llamaron la atención por querer tocar tumbaos y, para mí, era muy complicado frenar los sonidos de la calle. La ENA te lleva a disciplinarte, a asumirte y a estudiar.
Esa fue otra gran confirmación en mi vida. Yo tenía 17 años, imagínate ¿cuántos músicos no querían tocar con Chucho? Fui privilegiado, por eso lo disfruté, lo absorbí y exprimí, consumiendo toda la energía que circulaba ahí.
¿Cómo llegas a Irakere con Chucho Valdés?
Junto a mi grupo Síncopa toqué en la inauguración de un Curso Internacional de Música Popular Cubana que se hacía en la ENA. Nosotros éramos el piquete que representaba a la escuela en todos los eventos, y ese día allí estaban varios músicos como Juan Formell, Jose Luis Quintana (Changuito) y Chucho Valdés. Al terminar, Chucho fue el único que se acercó para felicitarme y me dijo: “Chamaco, tú tienes tremendo talento. ¿Te gustaría hacer de telonero para un concierto de Irakere?” Ya tú sabes…
Después de esa presentación me ofreció trabajar con Irakere de tecladista y cantante. Esa fue otra gran confirmación en mi vida. Yo tenía 17 años, imagínate ¿cuántos músicos no querían tocar con Chucho? Fui privilegiado, por eso lo disfruté, lo absorbí y exprimí, consumiendo toda la energía que circulaba ahí.
Después de Irakere llega Issac Delgado, con quien desarrollas una extensa carrera como bajista y director musical. Durante esos 10 primeros años de carrera ¿qué certezas te dio la música?
La música es experimentación continua, madurez de sonidos y lenguajes. Con todas esas experiencias entendí que esta nunca acaba mientras tratemos de decir las cosas de corazón, con profundidad, intelecto. Con riqueza armónica y mucho sentimiento. Con los años uno aprende que la música es de lanzarse, de probar y yo sé a dónde quiero llegar. Se supone que encontremos siempre voces diferentes, emociones diferentes, sonidos diferentes. En su continuidad, ahí está la belleza de la música.
Año 1998, un vuelco a tu vida, comenzar otra vez. ¿Qué te aportó España?
Me emociono al hablar de España, inevitablemente. La música y la vida son una sola cosa. España me dio la estabilidad y la posibilidad de indagar sobre la música cubana, fue la oportunidad de reconocer que el mundo entero se rinde a los pies de nuestra música. En un entorno tal vez más limpio –sin presión social, con más información y acceso a la historia–, España me permitió sentarme a estudiar, probar y verificar con el mundo la validez de nuestros sonidos.
El flamenco me cambió la vida, la forma de sentir la melodía y armonía. A mí hoy me nace de manera natural el flamenco. Cuando te pasas 16 años viviendo en un país, tocando y recorriendo el mundo con su música, es imposible no heredar su disciplina, los rasgos melódicos a la hora de crear, la estética y la arquitectura de sus sonidos. En eso por supuesto que influyó muchísimo Paco de Lucía. Su exigencia todo el tiempo por la calidad, la precisión y la exactitud me transformaron. “¡Vamos a hacer la música limpia y pulcra, aunque sea popular, pero vamos a cuidarla!”, ¿me entiendes? Eso es algo que Paco logró mostrarme y que también me lo aportó España, además de mis hijas, que son lo más grande de mi vida.
¿Cómo traduces a Paco de Lucía en tu música?
A la hora de componer, de tocar. Creo que la mejor forma de sentir a Paco en mi música es encontrando la concentración de su método de trabajo, en la exquisitez por el acabado, por observar cada detalle, incluso tocando en vivo. Cada instrumento tiene su color, su ejecución y, en la medida en que cada cual lo interprete a su medida, creará armonías, capas y texturas. Así es como aparece una lógica, una orquesta, una voz.
¿Cuán complicado es hacer música cubana desde otra latitud?
Existe una música cubana que se conoce en el mundo entero: el son tradicional, Celia Cruz, el Buena Vista Social Club… Esto es como el ABC para los escenarios internacionales. En la vida real, la timba, como se hace en Cuba, no es fácil de digerir para el oído pasivo del público extranjero, porque es el resultado de la mezcla del jazz, el son, la música americana, el funk, la rumba, etc. La timba es la evolución de todos estos sonidos, y eso aún el mundo no lo comprende.
A mí me costó mucho trabajo. Por ejemplo, Hablando con Juana, que es mi cuarto disco en solitario, tuvo una respuesta positiva pero no masiva. La música como la estaba haciendo yo, con mi proyecto en solitario, como la gente la disfruta, fuera de Cuba no existe. Por eso regreso a mi tierra en 2015, para fortalecer mi esencia, mi núcleo, mi lenguaje.
¿Por qué decides retornar a Cuba?
Antes de comenzar a grabar Hablando con Juana recibo la noticia de la muerte de Paco de Lucía. Para mí no tenía sentido ponerme a tocar flamenco con otro; Paco dejó un vacío grande. Por eso, como a él le encantaba mi música, decidí venir para Cuba y compartir toda mi alegría y entrega con mi gente. Cuando terminamos el disco le dije a mi productor que no pusiera ni un peso para la promoción del álbum en España, que nos llevaríamos el CD a Cuba, y así lo hicimos. Al principio fue muy simpático, porque la gente se preguntaba si yo era gitano, dominicano o puertorriqueño.
Yo estoy hecho de música cubana, esa es mi raíz e inspiración. Me siento guajiro, campechano, y muy cubano. Ni el mundo ni sus tecnologías más avanzadas me van a cambiar; ni la fama, ni ningún premio. ¡Mira que yo he vivido cosas lindas desde joven, y siempre regreso al lugar donde pertenezco espiritualmente!
Gradelio y Alain Pérez, ¿el actor y el guión?
El vínculo con papi va más allá de lo sanguíneo, es más profundo. He tenido la suerte de vivir con un poeta genuino, de campo. Nació con el don de escribir lo mismo una guaracha al estilo de Ñico Saquito que una canción con lenguaje más rebuscado y poético como las de Silvio Rodríguez.
A veces él contaba historias que, por mi edad, no tienen nada que ver con mis experiencias, pero nos fuimos poniendo de acuerdo, logramos madurar el discurso. La gente me pregunta “¿por qué no escribes tú?”, y aunque a veces le doy borradores de mis ideas, yo siempre lo digo: ¡Yo soy como el actor y él es quien escribe el guión de mis historias! Con mi papá puedo lograr otras texturas, otras emociones.
Yo estoy hecho de música cubana, esa es mi raíz e inspiración. Me siento guajiro, campechano, y muy cubano. Ni el mundo ni sus tecnologías más avanzadas me van a cambiar; ni la fama, ni ningún premio. ¡Mira que yo he vivido cosas lindas desde joven, y siempre regreso al lugar donde pertenezco espiritualmente!
¿Qué te enciende? ¿Qué no le puede fallar a la música de Alain Pérez?
El ritmo, lo es todo. Es la vida en sí, es despertarte y salir al mundo. En la música es lo mismo. Todo nace de los tambores, en los tambores ya hay melodía; esa cosa tribal, folklórica, de danzas, voces y ritmo. En mi obra no puede faltar el detalle rítmico. El flamenco, por ejemplo, a mí me gustó tanto –aparte de todo el concepto armónico y la entrega que tienen esos cantaores y bailaores– porque el ritmo se me abría como un lenguaje totalmente nuevo. Eso me volvió loco.
Muchos músicos sienten la clave en otro lugar, casi nunca coinciden conmigo, pero es que yo siento el ritmo en los tiempos desplazados, en los tiempos débiles de la síncopa, del tambor, de la rumba, en esa flexibilidad de la danza, del cuerpo, todo eso está presente en mi forma de crear. Uno tiene que atarse a algo que lo defina, y para mí esto es como un sello.
Sombrero, traje y bastón. ¿Qué hay detrás de esa estética?
¡Ah!, yo creo que el escenario es un lugar para vivir también un concepto teatral con estética y glamour. Me identifico mucho con esa Cuba de la década del ‘50, con la forma de vestir que, de alguna manera, va en un poco en contra de lo que se ve comúnmente en el género. Yo puedo vestirme con un pantalón ripia’o, pero disfruto mucho más la elegancia en escena.
¿El bastón? Por supuesto que es un guiño a Benny Moré. No soy creyente, pero a la hora de hacer música, inevitablemente, tengo que reverenciar a esos grandes como Celia, Benny, Juan Formell, Paco. Tengo que cantarle al sentimiento de esa gente grande que me motivó a ser quien soy. Eso es lo que me inspira en el escenario.
Cuando estás en el escenario…
¡Ah!, eso es candela. Con los años cada vez me conecto más con el escenario. Me desdoblo, me posee una energía muy linda, totalmente espiritual. En Cuba es una experiencia suprema porque tenemos en común la tierra, la raíz y, por lo tanto, ese momento de éxtasis se triplica, se magnifica.
El fenómeno del ejecutante que a toda costa quiere evidenciar su virtuosismo técnico, ¿cómo lo vives al interior de tu orquesta?
Primero, el concepto debe estar claro. ¿Para quién estás tocando? ¿Qué estás tocando? Los músicos de hoy deben saber acompañar, inclusive en el jazz, donde existe un concepto más amplio de improvisación. Yo creo que hay un problema con los músicos, en general; algunos saben ejecutar, pero no escuchar, y eso choca y molesta en todos los sentidos. No escuchar afecta la dinámica, el sonido, la limpieza, el tiempo y la estabilidad de una banda.
Yo tengo músicos jóvenes a los que he tenido que pasar primero por un filtro para lograr una coherencia sencilla y profunda. Aparentemente es más elemental, pero el efecto y el resultado que tiene para la orquesta, para el tema, para el bailador, es totalmente diferente.
El músico que toque conmigo debe tener una formación amplia, porque la música popular bailable que hacemos está compuesta por muchos elementos, es más profunda, no es solo tumbaítos, como digo yo.
Si tuvieras que conformar tu ADN con música, ¿cómo lo harías?
Yo pondría ritmos africanos, jazz, flamenco, los sonidos de Brasil y mucha, muchísima música cubana.