
Acqua di Oscaretto/ Oscar Sánchez
A diferencia de lo que sucede con otros artistas, nunca recomendaría acercarse a la música de Oscar Sánchez a través de un disco antes que en una presentación en vivo. A La Caguamaconda (alias o nickname que utiliza Oscar juguetonamente para identificarse en las redes sociales) hay que descubrirla a plenitud, en esa experiencia intensísima que son sus conciertos. No obstante, Acqua di Oscaretto entrega la esencia de este cantautor en todas sus dimensiones, y eso lo convierte en un fonograma ineludible. Su originalidad viene desde la misma génesis del proyecto, que comenzó con un “crowdfunding criollo” inmortalizado en el audiovisual Acaparazón: en una alcancía con forma de caguama a la que bautizaron como “caguamaconda bebé”, reunieron durante un año, gracias a la “ingesta del vil metal”, algunos de los fondos que contribuyeron a la materialización del disco. Fue esencial también el apoyo de Silvio Rodríguez, que tuvo el noble gesto de donar la mezcla y masterización en los Estudios Ojalá.
Quienes ya conocen la proyección de Oscar tendrán sus gestos en la mente con cada tema, porque es parte inequívoca de su intención creadora; los que aún no tengan el placer, se sorprenderán con esa energía que parece no poder contenerse en la grabación y que puede resultar confusa, pero te engancha. “¿Quieres verme la carona?”, parece decirnos en la portada, como versa una de esas frases que están por todo el álbum, prestas a desestabilizar cualquier síntoma de monotonía.
La merecida nominación que recibió en el Cubadisco 2023, en la categoría de Alternativo/Fusión, es apenas un aviso de la potencia que trae. Es un disco de contrastes, para bailar, reírse, gritar, sentir, pensar, a veces todo eso a la vez. Desde que comienza, debes entregarte a la sorpresa, porque las convenciones, los tabúes, la insana pulcritud, las medias tintas, no tienen cabida en el estilo directo y agudo del cantautor holguinero.
Lengua muerta abre el viaje en terreno caguamacóndico (terreno de infinitas posibilidades), con el golpe oscuro de las planchas de la marímbula y unas vocalizaciones de timbre suave, que no auguran la fuerza del ritmo y el protagonismo de los sonidos percutivos que dotan de singularidad al tema. En alusión al dolor irremediable que nos causa todo lo que se escapa de nuestras manos solucionar, entra este coro desgarrador, “como un tajo en el mar”, a modo de advertencia: si te quedas en la superficie, poco podrás entender de este álbum.
Pero la esencia mutable del Acqua di Oscaretto se hace notar enseguida, con los primeros rasgados de la guitarra eléctrica y el ritmo bien movido de la Caguamaconda, una carta de presentación que tiene sabor y arrebato en cantidades sustanciales. Si algo se agradece de este disco es la posibilidad de escuchar los arreglos en un formato amplio, poco habitual en los conciertos. La fusión del bajo eléctrico de Miguel Valdés, la guitarra eléctrica de Oscar, la batería de Marcos Morales, las percusiones de Irán El Menor Farías Saínz y los coros de Marbis Manzanet y Claudia Portuondo crean una sonoridad que, al menos a mí, me transportó a la energía de las noches “interactivas” del Brecht. Entre las “anacaguamas” y la “caguamaconda”, “la fiebre y el remeneo”, se acaba la canción, quizás demasiado rápido, con un coro digno de nuestros tiempos, que tocará no pocas sensibilidades.
Además de la coautoría con Marbis en varios títulos, Andrés Pérez, El Gamba , y con Marilé Ruiz en el caso de Borracha, hay dos colaboraciones de lujo: la primera, Con la cara partía y el bigote quemao feat. Roly Berrío, es una combinación perfecta para una guaracha de cadencia embriagada que narra un viaje extremo. Las referencias disparatadas, las molduras de la voz, los acentos, son recursos muy bien manejados para conseguir ese humor pícaro que caracteriza a ambos intérpretes y en conjunto funciona a la perfección. Mientras que, Jugando, con solo leer el feat. Yusa que lo secunda, sabemos que nos tendrá escuchándolo por un buen rato. La forma en que rompe el tumbao con un “agua…, me estoy secando” que aguanta toda la banda por unos segundos y da pie a las improvisaciones, es, a mi sentir, uno de los momentos más exquisitos del disco en su lado popular-bailable.
El problema/encanto de abordar este disco es que todos los temas tienen algo que aportar, no hay uno que parezca estar sobrando en medio del conjunto, aparentemente arbitrario. Oscar es un mezclador por excelencia, y esto se hace evidente tanto a nivel de canción como a nivel de álbum; en cuanto a las sonoridades, pero también en los temas que toca, en sus letras. Sin embargo, no se trata de un afán pretencioso de totalidad, más bien notamos la intención de asumir la realidad a través de los recursos tímbricos y poéticos, en su condición más evidente, que es la de la interacción. Ningún fenómeno ocurre de forma aislada, y es así como Acqua di Oscaretto nos plantea su naturaleza, en la continua fusión de elementos tomados de una realidad contemporánea bastante abigarrada de por sí.

Ilustración: Jennifer Ancizar
Los últimos cuatro temas —de los once que integran el álbum— forman una secuencia muy peculiar, que enfatiza esa pluralidad de la que he venido hablando. La pista número ocho corresponde a El huevo, una canción que tiene ya varios años, pero que no pierde su vigencia en este contexto tendiente a la inmovilidad y la regresión. Es uno de los exponentes más claros de esa “quemadera” (muy seria) que caracteriza a Oscar. Hace un resumen de varios de los problemas a los que estamos ya tan acostumbrados, que hemos terminado por normalizar, y precisamente con este recurso ironiza, se burla, y los pone al descubierto tal como son: he aquí la manifestación principal de su comicidad. Sin descuidar, además, no solo el qué, sino el cómo se dice, nos habla de esa conocida por todos “inconformidad con el plan alimenticio y el diario deseo masticatorio”, o del asedio al turismo. Hasta llegar al juego de palabras que cambia todo el sentido, cuando pasa de los que no lo comen a los que “no tienen huevos”. En resumen, otra joya de nuestra tradición satírica y de humor con doble sentido, para no perderse.
Le sigue Ofrenda, porque no hay modo de escapar de las canciones de amor (también por esta línea viene el bolero La calle de atrás), que cambia por completo el tempo y el ritmo de la anterior. Lo que más llama la atención de esta temática en la Caguamaconda es la sencillez, la transparencia. No encontramos en sus versos un amor colmado de atavíos ni sublimaciones, sino el más sincero y humanizado sentimiento. Con una voz que no busca más que presentarse natural, se entrega exactamente como es y ofrece todo lo que está en sus manos: esa “ofrenda luminosa” que ha de guarecer del dolor al ser amado. ¿No es esto, en definitiva, lo que necesitamos todos?
El otro contraste fuerte llega con Vómito, de la faceta más punk y metalera (junto a Contigo el fuego y la tierra). Este caguamacondeo —siempre intenso en algún sentido— presenta los matices más oscuros de todo el álbum, marcados por la estridencia de las guitarras eléctricas y el golpe seco de la batería. Es un tema de desahogo, de expulsar cuanto pesa en el alma, con una rabia incontenible como las náuseas. Para quienes padecemos a diario las incoherencias y desastres de esta Isla, será un alivio escuchar a Oscar sin entornar la mirada, poner al descubierto todo lo que “agobia este corazón”, que es el suyo y el nuestro.
No apta para aquellos que niegan la belleza de lo diverso, es la transición hacia el último tema del álbum. El legato de las cuerdas, transformado en acentos que anuncian la presencia de la guitarra, preceden la entrada de la voz de Oscar, en esta musicalización hermosa de Los dos príncipes, poema de José Martí. Escuchar la canción, con el arreglo de Alfred Artigas para quinteto de cuerdas, me provoca una nostalgia feliz por las lecturas y los momentos de la infancia, creo que inevitable. Pero el gran mérito radica, a mi ver, precisamente en el distanciamiento, en la posibilidad de regresar a Martí desde una perspectiva madura, despojada de los discursos impuestos, escolares, institucionales. Nos ofrece un reencuentro más íntimo con la claridad y la maravilla de la obra martiana. Este es un regalo de incalculable valor que no podemos menos que agradecer.
Como pasa con todos los buenos discos, Acqua di Oscaretto deja la sensación de no haberlo escuchado lo suficiente. En una producción bien lograda a cargo del propio Oscar y de Sergio Valdés, asistimos a uno de los proyectos más distintivos del panorama musical cubano actual. Sin llegar a ser en extremo experimental —calificativo más propio de Ojos que te vieron Go, never te verán Comeback—, con arreglos bastante consecuentes con la sonoridad caguamacóndica que conocemos, aunque enriquecida, por supuesto, gracias a los músicos que lo acompañan; llama la atención precisamente por su sencillez, que no simplicidad. Todos los ritmos y géneros que defiende Oscar Sánchez (que son muchísimos): el punk-campesino, el reguetón-decimonónico, el reparterismo ilustrado —nombres que parecen de escándalo— son creados o revolucionados con total naturalidad. Lo que podría aparentar un irreversible caos, las mezclas más impensables, encuentran sentido musical en este álbum, que “dando timba, cultura y besito”, viene a sacudir las mentes estrechas.
*Este texto fue publicado en el No. 11 de Magazine AM:PM