
50 grados / Kelvis Ochoa
Para Sureya Pérez
Cuando uno cumple 50 años va, con suerte, a mitad de ruta. Kelvis Ochoa decidió hacerse en ese punto un regalo especial, su disco 50 grados, licenciado bajo el sello Bis Music. El fonograma, con nueve temas, es parte de la banda sonora de la serie Promesas, transmitida por Cubavisión y aunque, según el propio autor, había canciones ya escritas, tuvo que asumir la creación de algunas nuevas y acomodarse en varios tonos, de modo que se movió por el son, el bolero, la canción y hasta la música urbana.
Los temas van entonces a ese tratamiento del amor cuasi culposo que abunda en los fonogramas comerciales, pero el cantor desanda por ese camino con maestría y a sabiendas de que, como dice Sabina, “se puede ser cursi”; al fin y al cabo una canción no tiene que ser un poema, para citar también a Liliana Casanella.
La generación de Kelvis fue la que se puso de pie, dejó el banquillo de los trovadores tradicionales y bailó sin culpa alguna. De hecho, muchos de ellos rechazan de plano el término trovador, pero es imposible escucharlos sin reconocerles herederos de Sindo o Matamoros. Ochoa, según Boris Larramendi, se descubrió como es hoy (en su manera de cantar) luego de improvisar en alguna juerga; dejó un poco al lado sus entonces más evidentes influencias del rock y se armó con estos modos que lo hacen distinguible en cualquier colección.
Ahora que el ex Habana Abierta remata los momentos de la primera juventud, insiste en qué fue lo que distinguió a su generación: dejar las ventanas abiertas. En 50 grados el cantor echa mano lo mismo a reminiscencias de Maroon 5 que a la sonoridad tan reconocible de un Juan Luis Guerra. Sus invitados se pasean también por los caminos del eclecticismo. Ellos son Pablo Milanés, Leoni Torres, la siempre inmensa Gema Corredera, Majela Rodríguez , su hija Isla Ochoa, y El Chacal.
El álbum, como mencionaba antes, surge como banda sonora de la serie audiovisual Promesas. El cantor lo había hecho antes en filmes como Lizanka, Barrio Cuba y, sobre todo, en Habana Blues donde como compositor compartió un Goya con X Alfonso, Descemer Bueno y Juan Antonio Leyva. Es terreno conocido para este hombre que sabe instalarse en el gusto más exquisito y en el más común. Lo digo con conocimiento de causa, recordando mi programa radial de los domingos, Cable a Tierra. A veces me llamaban desde lugares que parecerían intrincados para pedir alguna canción de Kelvis. Pero es que aunque su paso por otros lares le ha dado esa sensación de cosmopolitismo, Kelvis viene, y su autenticidad no le permite negarlo, del campo tunero y de las arenas negras de la Isla de La Juventud.
Escucha 50 grados acá.
Si me pidieran un par de piezas cuya escucha repetiría hasta el cansancio una sería Desnuda y descontenta. Aquí se desborda un Kelvis que, como pocos, sabe desandar los intersticios de la canción, la suave manera en que la melodía debe decir a tiempo asuntos hermosos que también pueden ser profundos. Aquí está presente esa filosofía tan suya de buscar lo sublime a pesar del dolor: “… todo lo que te importa va palideciendo, va desapareciendo pero en tus ojos, tan grandes tan vivos, festivos; cambia de color”. Y la otra sería La luz junto a Gema Corredera. ¡Qué hermosa pieza! ¡Qué manera de asumir esta mujer cada trance musical!
Fiel al principio de que la música para acompañar la imagen tiene sus propias reglas, consigue cumplir “las promesas” obviando de algún modo al Kelvis que llenaba de manera casi estrepitosa discotecas como el Don Cangrejo. Ese guarachero aquí queda en segundo plano.
Nueve temas casi siempre amorosos, grabados por Maykel Bárzagas Jr., en tiempos de COVID-19, con cada músico en un extremo de un ordenador, separados por un buen pedazo de mundo. La tapa, o más bien el emblema visual que acompaña el disco y que está a cargo de Alexandre Arrechea, es una máscara con el número 50 que en la cábala cubana es también alegría, astucia, un corazón en la boca y colores vivos del cantor.
Con la banda sonora de Promesas Kelvis Ochoa, quizá uno de los hombres que mejor puede conjugar la alegría con los visos tristes de los boleros de victrola, ha vuelto a demostrar que sabe componer. Este es un disco que se escucha con placer aun cuando, en mi caso, no acabe de acostumbrarme a estas fusiones extremas —eso de ir de Pablo Milanés a El Chacal me sorprende, aunque probablemente ese es el camino y soy yo quien debe aceptarlo—. C Tangana lo puso sobre la mesa, Vivanco acaba de grabar con Kola Loka, se han visto y se verán, seguro, otras curiosas mixturas. El mundo gira. Al final, como dice el propio Kelvis en su Sueño, “lo que ves es lo que es; tu tierra, también tu cielo”.
Una reseña que obliga a buscar el disco para deleitarnos igual que el «escribidor» lo ha hecho. Gracias Rogelio Ramos por ponernos en el mapa y por seguir alumbrando un camino a veces tortuoso pero en esencia luminoso como lo es el de la música cubana.
Fascinante